Nueve Noches en Llamas: Lo que la fe hace al cuerpo en Phuket
- John Cuesta

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Festival de los Nueve Emperadores / Festival Vegetariano de Phuket, Tailandia
Por John Cuesta, Fotógrafo
Preludio Sagrado – Cuando la tierra llama a los cielos
Phuket nos recibe con una humedad que parece presagio. El viaje desde KLIA2 hasta el hotel en Phuket Town fue apenas un umbral: la verdadera puerta se abre en Bang Neow, donde las banderas amarillas “เจ” anuncian que algo extraordinario empieza a despertarse.
Esa primera noche, aún sin estruendo, el recinto ya estaba vivo. Un grupo de devotos en blanco acomodaba estandartes, los niños empujaban los maderos del altar como si quisieran sentir su peso sagrado, y varias manos tensaban las telas amarillas con los símbolos que protegerán la procesión. No había fuego ni petardos, pero sí un movimiento concentrado, casi coreografiado, que hacía evidente que el rito no comienza de golpe: se va encendiendo en silencio.
Más adelante, el mástil ceremonial —el go teng— se alzaba hacia el cielo. No era un gesto solemne sino una anticipación cargada de energía: una invitación para que lo invisible encuentre su camino hacia la comunidad.
Camino entre ellos con la cámara baja, respirando esa mezcla de trabajo, expectativa y respeto.
No hay estridencia, pero todo vibra.
Hay algo en esta preparación colectiva que recuerda a los amaneceres de nuestras fiestas patronales: esa hora en que aún no empieza nada y, sin embargo, ya late todo.
“El tejido del rito”

“Aprendiendo los primeros pasos del rito”

© John Cuesta I Fotografía, 2025, Phuket / Tailandia
“Ansiedad”

© John Cuesta I Fotografía, 2025, Phuket / Tailandia
2. La Manifestación – El trance que abre el cuerpo
El segundo día comienza antes de las siete. Caminamos hacia Bang Neow con el estómago vacío y la mente en blanco, siguiendo el consejo de mi guía:
“Hoy habrá sangre, ruido y trance. Mantén distancia, pero no le temas a la fe.”
Los Ma Song (ม้าทรง) —los médiums poseídos del festival— aparecen primero en su forma más humana: sentados, rodeados de devotos que los ungen, les sostienen la cabeza, atan telas protectoras y preparan cada instrumento que atravesará la piel. Hay una delicadeza casi familiar en esas manos que afinan el cuerpo antes del sacrificio.
Luego emergen del interior del recinto con paso irregular. Ya no caminan solos. Los ancianos dicen que en ese punto son vehículos de los Nueve Emperadores. Los rostros se transforman: la mirada se pierde, las pupilas se dilatan, la respiración cambia de ritmo. Cada uno parece escuchar un llamado que los demás no oímos.
Aquí comienza el tránsito entre lo humano y lo invisible: un temblor ligero, un pulso extraño, un tambor interno que marca el instante exacto en que la voluntad cede. El cuerpo se abre.
Un joven avanza con una estructura floral atravesándole la boca. Muchos más sostienen el acero incrustado entre mejilla y mejilla. Nadie grita. Nadie sangra como se esperaría. La piel acepta la herida como si obedeciera un mandato antiguo.
Este es el momento en que los dioses “llegan”: no descienden del cielo, sino que entran por la carne, atraviesan músculo, hueso y espíritu, instalandose allí como un fuego silencioso.
“El instante en que el cuerpo cede”

© John Cuesta I Fotografía, 2025, Phuket / Tailandia
“Flores para el dolor sagrado”

© John Cuesta I Fotografía, 2025, Phuket / Tailandia
“Cuando el acero encuentra la piel”

3. Purificación – El cuerpo como frontera del dolor
La fe, en Phuket, duele.
No es violencia, no es rabia: es una energía antigua que se apodera del cuerpo y lo vuelve ofrenda.
En las calles, el trance convive con otro tipo de entrega: la de los jóvenes que cargan los palanquines y abren paso a sus dioses. Sus cabezas van cubiertas con toallas o camisetas rasgadas para soportar las chispas que caen como lluvia hirviendo. Los tatuajes asoman entre la ropa blanca, mezclando historias personales con la iconografía del rito. Algunos ondean telas para disipar el humo; otros reparten agua para que nadie se desplome en medio del fuego.
Ellos no están en trance, pero llevan el peso de la devoción sobre los hombros: sostienen los altares, empujan el ritmo, protegen al Ma Song y a sus dioses. El suelo vibra bajo sus pies, el aire arde en la garganta, la pólvora se pega a la piel como un segundo sudor.
El dolor aquí no es accidente: es parte del camino.
Y aunque lo fotografío, no puedo evitar sentir quemaduras en el pecho, como si mi mirada fuese también un pequeño acto de sacrificio.
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Las procesiones de día avanzan como un río tenso: cuerpos marcados por el humo, coronas amarillas temblando con cada explosión, toallas agitadas para abrir un respiro entre la pólvora.
El dolor no es espectáculo: es ofrecimiento, es purificación.
Los Ma Song, cuando aparecen, llevan el cuerpo más allá de sí mismos. Pero alrededor de ellos hay decenas de jóvenes que sostienen el mundo para que ese trance sea posible. Allí, en esa frontera compartida, el sufrimiento deja de ser humano y se convierte en símbolo.
“El peso invisible del trance”

© John Cuesta I Fotografía, 2025, Phuket / Tailandia
“Piel, brasas y silencio”

© John Cuesta I Fotografía, 2025, Phuket / Tailandia
“Juventud al borde del fuego”

© John Cuesta I Fotografía, 2025, Phuket / Tailandia
4. Movimiento de Fe – El día luminoso de la comunidad
Después del impacto ritual, llega un respiro luminoso. Las calles alrededor de Phang Nga Road se llenan de espectadores, devotos, músicos. Los tambores retumban sin pausa y, entre el humo, aparecen figuras llenas de color: collares de flores, sombreros improvisados, risas que se mezclan con el incienso.
Es la cara amable del festival, su respiración más ligera.
Las procesiones se mueven con un ritmo irregular, a veces lento como plegaria, a veces súbito como latido acelerado. Los portadores del palanquín avanzan bajo nubes de incienso; cada paso parece un agradecimiento, cada giro una súplica. A su lado, mujeres en trance suave sostienen flores de loto atravesadas por agujas finas, como si la belleza pudiera coexistir con el filo del dolor.
Una sonrisa leve entre humo y cansancio.
Una anciana que mira al cielo mientras sostiene una flor amarilla.
Un niño que sigue a los Ma Song imitando cada gesto.
Un grupo de pequeños devotos pasa montado en una motocicleta adaptada, acompañando el rito como si formaran parte del pulso natural del barrio.
La fe se mueve. La ciudad entera se mueve con ella.
Ese entusiasmo colectivo tiene un parentesco lejano con los desfiles festivos en Colombia: no en la forma, sino en ese modo de caminar juntos como si la alegría compartida fuese un hilo que une cada cuerpo al siguiente.
“Loto en trance”

© John Cuesta I Fotografía, 2025, Phuket / Tailandia
“Lo festivo del rito”

© John Cuesta I Fotografía, 2025, Phuket / Tailandia
“Sabia Ma song ”

© John Cuesta I Fotografía, 2025, Phuket / Tailandia
5. Éxtasis – Ma Song entre fuego y humo
La calle es un campo místico.
Aquí aparecen los Ma Song (ม้าทรง): los poseídos, los cuerpos que abren la puerta entre el mundo humano y el mundo de los Nueve Emperadores. No son devotos comunes. No cargan altares. No acompañan la procesión.
Son el altar mismo.
Cada Ma Song atraviesa el trance de forma distinta. Algunos corren, avanzan, se detienen, inhalan humo, tiemblan. Otros sostienen la vara ritual con una fuerza que parece venir de otro lugar, como si la madera fuera una prolongación de la divinidad. Y están también los que se mueven como si flotaran: una mujer envuelta en humo anaranjado avanza con una calma imposible, una quietud que contradice el estruendo.
La explosión de los petardos los rodea.
Las chispas les queman la piel.
La luz roja y amarilla los envuelve como si fueran parte del fuego.
No miran.
No parpadean.
El trance es absoluto.
Los ancianos dicen que, cuando el dios entra, el cuerpo ya no pertenece a la persona. Por eso no sienten miedo, por eso no retroceden, por eso caminan dentro del fuego sin quebrarse.
Fotografiarlos es intentar atrapar un relámpago: un segundo están frente a ti, al siguiente se disuelven entre humo blanco y rojo de pólvora, devorados por la luz del rito.
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“La luz que devora el cuerpo”

© John Cuesta I Fotografía, 2025, Phuket / Tailandia
“El pulso del trance”

© John Cuesta I Fotografía, 2025, Phuket / Tailandia
“La danza de la Ma Song”

© John Cuesta I Fotografía, 2025, Phuket / Tailandia
6. Takua Pa – El altar que danza bajo la tormenta
Han transcurrido 5 días, son las 4:45 de la mañana.
Viajamos más de dos horas hacia Takua Pa para presenciar la procesión de fuego más intensa del festival.
El cielo aún no decide si hacerse día cuando los portadores levantan el palanquín y lo sacuden como si quisieran despertar a sus dioses. No es un simple movimiento: es una invocación física, un llamado que solo ellos entienden.
Los devotos se apartan, pero solo lo justo: quieren ser tocados por la energía del dios, por el humo espeso, por el estruendo de los petardos que dibujan un amanecer rojo.
Aquí nadie huye.
Aquí todos avanzan hacia el fuego.
Los jóvenes que cargan el altar —cansados, tensos, cubiertos de ceniza— empujan el ritmo con sus hombros. Algunos encienden nuevos petardos sobre el suelo teñido de rojo; otros corren con las manos ardiendo entre nubes de humo que se aferran a la ropa como un animal rabioso.
Cada explosión es un relámpago.
Cada ráfaga de fuego, una prueba.
El altar avanza dando saltos, girando, moviéndose como un animal feroz y sagrado. Nada aquí es coreografía: es supervivencia ritual.
Estoy allí adentro, atrapado entre cuerpos y humo, tratando de mantener el lente limpio durante un segundo. Los petardos rebotan en mi espalda. El calor sube por los brazos.
La cámara vibra entre explosiones que golpean el pecho.
Y aun así, en medio del caos absoluto, siento una claridad interna:
quizá porque en Colombia también he visto multitudes estremecidas por una fe que mueve y sacude —no así, no con fuego— pero con esa misma fuerza que convierte al pueblo en un solo organismo que respira y protege.
“El peso del amanecer”

© John Cuesta I Fotografía, 2025, Phuket / Tailandia
“Encender la tormenta”

© John Cuesta I Fotografía, 2025, Phuket / Tailandia
“El va y ven”

© John Cuesta I Fotografía, 2025, Phuket / Tailandia
“Tormenta naranja y azul”

© John Cuesta I Fotografía, 2025, Phuket / Tailandia
“Entre humo y mandato”

© John Cuesta I Fotografía, 2025, Phuket / Tailandia
7. Comunidad – El pulso silencioso que sostiene el rito
Detrás de cada explosión hay alguien que enciende la mecha.
Detrás de cada Ma Song hay una familia que lo acompaña.
Y detrás de cada avance del palanquín hay manos que limpian la calle al amanecer, preparando el suelo para el dios.
Cuando cae la noche la comunidad se reúne alrededor del fuego: queman ofrendas doradas, inclinan la cabeza, agradecen, piden protección. Nadie dirige. Nadie ordena.
La fe nace del cuerpo, de la costumbre, de un idioma secreto heredado.
A un costado, un hombre junta las manos en oración mientras el humo azul le pasa por el rostro. No necesita verlo todo: le basta sentir que el dios está cerca.
En los desayunos del hotel, en las sombras del Surin Clock Tower, se repite siempre la misma escena: gente que ayuda, que traduce, que explica, que te mira con orgullo porque estás ahí para documentar algo que ellos protegen desde generaciones.
La comunidad es la columna vertebral del festival:
su respiración, su pulso, su memoria viva.
“La plegaria”

© John Cuesta I Fotografía, 2025, Phuket / Tailandia
8. El Retorno de la Luz – Bendiciones frente al altar
Después de la tormenta ritual, llega un momento más íntimo: los Ma Song comienzan a bendecir a las familias. Ya no hay explosiones ni gritos: solo el sonido de los pasos descalzos y el murmullo tenue de las oraciones.
Los altares se abren como islas de calma. En unos, los devotos se arrodillan frente a frutas, velas y montones de incienso que se clavan en la piel como un acto de entrega silenciosa. En otros, el altar espera solo, frente a una reja azul, sosteniendo el rito desde la humildad cotidiana.
Los Ma Song avanzan entre la gente, tocan cabezas, trazan signos en el aire, soplan oraciones que parecen venir de un tiempo antiguo. Una mujer, vestida con colores sagrados, bendice a un devoto inclinado con devoción profunda.
El humo —más suave que en la procesión— protege el último resplandor del día.
Es el momento en que la fe se vuelve doméstica, cercana, cálida.
Un respiro antes del final.
Un retorno a la luz después del fuego.
“Cuando el cuerpo se vuelve altar”

© John Cuesta I Fotografía, 2025, Phuket / Tailandia
“Donde la fe espera”

© John Cuesta I Fotografía, 2025, Phuket / Tailandia
“El altar”

© John Cuesta I Fotografía, 2025, Phuket / Tailandia
9. La Última Llama – La noche en que los dioses regresan al cielo
Cuando cae la noche final, todo se desborda.
La calle se vuelve un túnel de humo dorado y chispas. En las esquinas, los fuegos verticales estallan como si el cielo quisiera nacer desde el suelo. Los portadores se cubren la cabeza con telas húmedas, avanzan a ciegas entre el rugido de los petardos; sus pasos parecen hundirse en un mar de luz.
A veces una columna de fuego se levanta frente a ellos y los ilumina como espectros tallados por la noche.
La isla se enciende.
Fuego, petardos, humo denso, tambores que perforan el cuerpo.
Las procesiones avanzan como ríos luminosos, los Ma Song atraviesan el caos con un temple imposible, los altares se agitan por última vez.
Nada en esta noche tiene medida humana.
Cada explosión es un latido, cada nube de humo un velo entre mundos.
Es un rugido colectivo:
la devoción convirtiéndose en despedida,
la despedida convirtiéndose en promesa.
Mientras fotografío esa noche desatada —los portadores envueltos en un torbellino naranja, la silueta de un altar elevándose entre brazos cubiertos de pólvora— siento que algo se abre dentro de mí.
Es una claridad breve, como si la cámara por fin dejara ver la respiración de la isla.
Y aparece un gesto familiar:
la multitud esperando el último estallido, la luz que marca el cierre del rito.
En Colombia lo he visto en otros contextos —procesiones, carnavales, cierres de fiesta— cuando un pueblo entero entiende, sin palabras, que el ciclo ha terminado.
Aquí sucede lo mismo, pero teñido de fuego.
Mientras regreso cubierto de humo y ceniza, siento que estas llamas de Phuket dialogan con mis propias memorias colombianas:
dos geografías distintas, un mismo lenguaje de fe encendida.
“La columna que abre el cielo”

© John Cuesta I Fotografía, 2025, Phuket / Tailandia
“Dentro del corazón del fuego”

© John Cuesta I Fotografía, 2025, Phuket / Tailandia
“El respiro de la noche final”

© John Cuesta I Fotografía, 2025, Phuket / Tailandia
“La luz que los revela”

© John Cuesta I Fotografía, 2025, Phuket / Tailandia
“Humo que empuja, fuego que llama”






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