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Del Magdalena al Mekong: Crónicas desde las dos orillas



Desde Malasia, el fotógrafo colombiano John Cuesta inicia una bitácora visual y escrita que busca retratar la diversidad de Asia desde el asombro, la escucha y la mirada desplazada. Esta es la primera entrega de la serie Forastero: crónicas del otro lado del sol, Asia.

(©) Torres Petronas KLCC, 2024 - John Cuesta - Todos los derechos reservados
(©) Torres Petronas KLCC, 2024 - John Cuesta - Todos los derechos reservados

Hay que volar más de 18,000 kilómetros para llegar desde Ibagué hasta Kuala Lumpur. No hay ruta directa, y tal vez eso sea una metáfora perfecta: la distancia entre Colombia y Asia no es sólo geográfica, sino también simbólica y sensorial. Aquí, el olor del incienso reemplaza al del café en las mañanas; los templos, a las iglesias; el sonido de los tambores, al de los bambucos; lo picante y dulce, a lo salado, el Pho o el Laksa al sancocho. Cambian los aromas, los dioses, los gestos cotidianos.


Desde agosto de 2024 vivo en Malasia. Camino sus calles como quien recorre un sueño ajeno, con mi sombrero criollo verde que me recuerda de dónde vengo, la cámara colgada al pecho y los sentidos siempre despiertos. A veces siento que estoy dentro de una imagen que aún no sé cómo encuadrar. La vida aquí no se deja traducir fácilmente, pero insiste en mostrarse: en los vendedores que gritan en bahasa malayo, tamil o cantonés; en los altares escondidos entre edificios; en las manos que ofrecen arroz con curry envuelto en hojas, entre el Nasi Lemak, el Roti Canai, el desayuno en un Kopitiam y las infinitas opciones gastronómicas que surgen de esta diversidad cultural.


El obturador se abre a un mundo tejido por los 'hilos de cultura y tradición'. Iniciamos este viaje visual donde el perfil de Kuala Lumpur, al caer la tarde, nos susurra historias

de un futuro en perpetua construcción; las Torres Petronas se erigen como faros de un desarrollo incesante, mientras la noche transforma KLCC en un lienzo de luces, con el puente Saloma dibujando estelas lumínicas.


(©) John By KIMBoon
(©) John By KIMBoon

Malasia es una geografía de convergencias. Conviven aquí tres raíces profundas — malaya, india y china — que no se mezclan del todo, pero se entrecruzan. No hay fusión, hay convivencia: a veces tensa, a veces festiva, pero siempre palpable. Cada comunidad respira su ritmo, cuida su templo, sazona su comida con fidelidad a la raíz. Caminar por Kuala Lumpur es como abrir un libro de varios capítulos sin necesidad de pasar la página. Lugares como el mercado Chow Kit, un festín de colores, texturas y aromas que casi podemos palpar, un eco vibrante de la variedad que encontraríamos en plazas lejanas, como las del Tolima. 

(©) John Cuesta - Todos los derechos reservados
(©) John Cuesta - Todos los derechos reservados

Pero Malasia es solo una de las puertas. Esta serie de crónicas me llevará también a Vietnam y Nepal. Tres países, tres formas distintas de habitar el tiempo y la tierra. Si Malasia es un mosaico de convivencias urbanas, Vietnam es un río sin orillas. En Saigón, la ciudad no se camina: se resiste. El asfalto hierve, los claxon gritan con desespero, y las motos — insectos veloces — dibujan una coreografía dramática e invisible. Las aceras son cocinas, salones de costura, barberías al aire libre. Cada calle es un universo. Cada taza de café con leche condensada, un respiro en medio del vértigo. Además de lo anterior, el ingenio sobre dos ruedas cobra vida en cocinas móviles, motocicletas que son el constante de la ciudad.

(©) John Cuesta - Todos los derechos reservados
(©) John Cuesta - Todos los derechos reservados
(©) John Cuesta - Todos los derechos reservados
(©) John Cuesta - Todos los derechos reservados

Vietnam corre con el pulso del presente. Su historia se intuye en muros desgastados, en postes eléctricos cubiertos de cables como raíces expuestas, en la mirada de los mayores que aún llevan la guerra en el cuerpo. Pero también vibra en una juventud que transforma el pasado en un eco de neón, motos y pantallas.


En lo rural, el país cambia de ritmo. Se mantienen las mujeres con cocinas móviles, vendiendo sopa entre vapores y ruedas, con el nón lá (sombrero cónico tradicional) como sombra heredada. En los mercados húmedos, las figuras femeninas avanzan con la firmeza de quienes conocen el día de memoria.

(©) John Cuesta - Todos los derechos reservados
(©) John Cuesta - Todos los derechos reservados

En el delta del Mekong, es el agua la que dicta la vida. Casas anfibias, cultivos en el horizonte, hogares flotantes. Las cultivadoras de lirios, con los pies hundidos en el barro y los brazos extendidos, cortan las flores y susurran sus historias. Es un paisaje anfibio, donde todo fluye con una lógica que desborda los relojes.

(©) John Cuesta - Todos los derechos reservados
(©) John Cuesta - Todos los derechos reservados

Esa ruralidad me resulta familiar. En las terrazas de arroz veo los mismos gestos que en las laderas del Tolima: cuerpos doblados, conversaciones entre generaciones, un verde que parece haber sido compartido entre los Andes y Asia. Icononzo, Valle de San Juan, Natagaima… podrían tener parientes en el delta vietnamita.


Las mujeres del campo — aquí y allá — sostienen el mundo desde lo mínimo: cocinando a ras del suelo, cultivando bajo el sol, caminando sin apuro pero con rumbo. Y el caos urbano también tiene ecos compartidos: cables enredados, 3 y 4 personas por moto, vendedores improvisando negocios bajo sombrillas plásticas. La espontaneidad como coreografía.


Vietnam y el Tolima se parecen más de lo que creemos: en la dignidad silenciosa del trabajo, en la invención diaria, en la manera de transformar el paisaje en lenguaje.


Nepal, en cambio, respira desde otro lugar. Allí el tiempo no corre: se posa. Katmandú parece construida con polvo sagrado. Sus calles, caóticas y lentas, son un tapiz de historias vivas. Cada esquina es una fotografía esperando nacer: mujeres en saris de colores ceremoniales, niños que vuelan cometas entre estupas, hombres de mirada quieta que parecen sostener siglos en la frente.


Y entonces, el ritmo cambia con el silencio contemplativo de los sadhus, nómadas de la fe anclados en la piedra ancestral de sus templos. Cada callejón, cada plaza y templo nepalí, se siente como un pasaje que nos transporta a través del tiempo, una constante histórica en cada rincón.

(©) John Cuesta - Todos los derechos reservados
(©) John Cuesta - Todos los derechos reservados

El desorden aquí no es ruido: es ritmo. Una ciudad que respira por capas. Tiendas que conviven con templos, ofrendas que aparecen donde menos se espera. En Nepal, lo sagrado no se busca: se tropieza.


(©) Plaza Durbar - John Cuesta - Todos los derechos reservados
(©) Plaza Durbar - John Cuesta - Todos los derechos reservados

La religión no se practica: se encarna. El hinduismo y el budismo se entrelazan sin conflicto, en gestos, rituales, altares. El mito no es historia: es presente. Las Kumaris — niñas diosas — observan el mundo desde ventanas talladas como si custodiaran el equilibrio de lo invisible.


Vi la danza Vajra Devi Charya en una mañana tibia. No era un espectáculo: era una oración danzada. Una coreografía de gestos mínimos, cargados de siglos. Un arte ritual que convierte el cuerpo en texto, en invocación.

(©) Vajra Devi Charya dancer - John Cuesta - Todos los derechos reservados
(©) Vajra Devi Charya dancer - John Cuesta - Todos los derechos reservados

En Pokhara y Chitwan, Nepal revela otras formas de sí. Montañas que recuerdan — con ternura y dolor — a las montañas tolimenses. Brumas tempranas, terrazas verdes, arrozales que se acomodan como espejos. Hay algo profundamente compartido en la manera de cultivar el arroz aquí, y el maíz o el café allá. La tierra se trabaja con respeto, con paciencia antigua.


Nepal y el Tolima podrían entenderse sin traductores. En ambos, el paisaje no es fondo: es personaje. Las fiestas, los ritos, la devoción se viven como una continuidad de la historia oral. La espiritualidad — con dioses distintos — se expresa con flores, fuego, cuerdas, cuencos. La montaña habla, y la gente escucha.


Malasia, Vietnam y Nepal no se parecen entre sí, pero comparten algo: una forma singular de estar en el presente. Una convivencia entre lo visible y lo invisible, entre lo cotidiano y lo ritual. Asia no es uniforme. Es un tejido de tiempos que coexisten.


Esta serie de crónicas será un intento de acercar mundos. No desde la mirada turística ni desde el exotismo fácil. Tampoco con la pretensión de explicar. No vengo a decir qué es Asia. Vengo a escucharla, a acompañarla desde el lente, a traducir lo que puedo y a aceptar lo que no se deja entender.


Asia no es un solo cuerpo. Es una suma de tiempos. Aquí, lo nuevo convive con lo sagrado sin conflicto. Una adolescente con audífonos les prende incienso a sus ancestros; un mototaxista detiene su carrera para orar en la acera. No hay contradicción. Hay continuidad.


En estas crónicas mensuales compartiré lo que veo, lo que no alcanzo a ver y lo que intuyo. Serán fragmentos: imágenes, palabras, sonidos capturados en movimiento. Pondré el lente sobre lo que se mueve, lo que canta, lo que reza, lo que resiste. Y también sobre lo que parece mínimo, pero contiene el pulso de una cultura: una mano que sirve té, una sombra que cruza un templo, una mujer que reordena sus velas antes del atardecer.


Espero que estos relatos sirvan como puente, como espejo, como ventana. Que no busquen decir “así es Asia”, sino “así la veo desde acá, siendo colombiano, caminando despacio, intentando entender sin traducir demasiado”.


Porque, quizás, lo más valioso no es entender. Sino estar. Mirar. Y luego compartir.





Glosario:


  • Pho (Vietnam)

Sopa de arroz y huesos largos, nacida en Hanoi y extendida por todo Vietnam, donde el día comienza entre humo y albahaca.


  • Laksa (Malasia / Singapur)

Caldillo espeso del sudeste asiático, mezcla de leche de coco y chile, común en Penang, Malaca y las calles de Singapur.


  • Nasi Lemak (Malasia)

Desayuno nacional malayo: arroz en leche de coco, sambal, huevo y anchoas secas, servido en hojas de plátano.


  • Roti Canai (Malasia / India del sur)

Pan estirado y frito de origen indio-musulmán, adaptado en Malasia como comida callejera diaria.


  • Kopitiam (Malasia / Singapur)

Cafetería tradicional del sudeste asiático, mezcla de lengua hakka y malayo, donde se sirve café con leche condensada.


  • Bahasa Malayo (Malasia / Indonesia / Brunéi)

Lengua austronesia compartida por varios países del archipiélago malayo, construida entre puertos, islas y migraciones.


  • Tamil o cantonés (India / China / Malasia)

Lenguas traídas por las diásporas: el tamil del sur de India; el cantonés del sur de China, ambas vivas en Kuala Lumpur y Penang.


  • Curry (India / Sudeste Asiático)

Palabra amplia para salsas especiadas. En India es diversidad; en Asia, adaptación y color.


  • Chow Kit (Kuala Lumpur, Malasia)

Barrio popular de la capital malaya, mezcla de migración, comercio y devoción urbana.


  • Nón lá (Vietnam)

Sombrero cónico de hojas secas, típico del campo vietnamita, aún presente en las ciudades como sombra móvil.


  • Delta del Mekong (Vietnam / Camboya)

Región fluvial que se abre al sur de Vietnam, red de canales donde el agua es camino y sustento.


  • Saris de colores ceremoniales (India / Nepal / Sri Lanka)

Vestidos largos sin costuras, enrollados con precisión, usados en bodas, rituales y fiestas.


  • Estupas (Nepal / India / Tíbet / Tailandia)

Estructuras budistas de base redonda, levantadas como centros de meditación y ofrenda.


  • Sadhus (India / Nepal)

Ascetas hindúes que renuncian al mundo, deambulan entre ciudades sagradas y templos.


  • Kumaris (Nepal)

Niñas vivas veneradas como diosas en Katmandú, elegidas por antiguos rituales newar.


  • Danza Vajra Devi Charya (Nepal)

Danza ritual budista de tradición Newar, donde la divinidad se expresa en gestos contenidos y lentos.


  • KLCC (Kuala Lumpur, Malasia)

Corazón vertical de la ciudad, donde las Torres Petronas reflejan el cielo tropical; acero, vidrio y jardines en pausa entre rascacielos.


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