Vivir sin tierra, resistir en el agua
- John Cuesta
- hace 11 horas
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Cuando el río y el mar comparten la misma memoria de resistencia
Fotografía y texto por: John Cuesta – fotógrafo
Patio de marea

Entre el río y el mar
“Dos orillas distantes que laten con la misma corriente”
La canoa como cuna

Crecí mirando al Magdalena, ese río que no solo atraviesa Colombia, sino que sostiene la vida del Tolima y muchos más departamentos. Siempre lo sentí como un camino vivo, una memoria en movimiento: en sus orillas germinan las cosechas, se encienden las fiestas de San Pedro y permanecen las huellas de los pueblos que lo acompañan desde hace siglos.
Hoy, al otro lado del mundo, me encontré en Semporna, un pequeño puerto en la costa de Sabah, Malasia. Allí el mar de Célebes parecía cumplir el mismo papel que el Magdalena: ser raíz y horizonte. Los Bajau Laut, a quienes muchos llaman “nómadas del mar”, viven sobre casas flotantes y embarcaciones; por un lado las olas les arrebatan certezas, de otro, las autoridades desmontan decenas de viviendas consideradas irregulares —más de 270 en 2024—, a pesar de lo anterior, su relación con el agua sigue siendo un pacto inquebrantable.
Niñez anfibia

Frente al Magdalena y frente al mar de Célebes comprendí algo: aunque distantes, el Tolima y Semporna se reflejan. En Colombia, el río ordena la vida; aquí, el mar sustituye a la tierra. Ambos enseñan que habitar el agua es resistir en movimiento, encontrar refugio en lo frágil y, al mismo tiempo, sostener la memoria en cada corriente. Río y mar, como dos espejos invisibles, me recordaron que la geografía no separa, sino que une experiencias de dignidad, así como de pertenencia.
Arquitectura de espuma y madera

Vidas suspendidas sobre el mar
“Cuando la madera se vence, la memoria resiste”
Tres puntos en un océano

Desde la barca vi casas que parecían flotar como fantasmas en la línea del horizonte. Al acercarme, descubrí un mosaico de vidas suspendidas sobre el agua. Semporna, en la costa este de Sabah, reúne más de 80 islas: algunas deshabitadas, otras pobladas por comunidades marinas que han hecho del agua su espacio vital. Desde arriba parecen cuentas de un collar roto; desde adentro, es un territorio de contrastes: biodiversidad exuberante, al mismo tiempo, una vulnerabilidad extrema frente al cambio climático y a las tensiones territoriales.
Allí habitan los Bajau Laut. Algunos todavía navegan sin tocar tierra en sus embarcaciones (lepa-lepa); otros construyen casas sobre pilotes anclados en bancos costeros; un tercer grupo, empujado por políticas estatales o por la presión del turismo, ha debido asentarse en tierra firme. Tres formas de vida distintas, unidas por la misma certeza: el mar no es límite, sino raíz.
Recuerdo caminar por los tablones húmedos de un Kampung Air o aldea palafítica: los niños remaban hacia improvisadas tiendas, las mujeres vendían algas y moluscos en mercados efímeros, los hombres remendaban redes bajo techos de zinc, madera y palma. La fragilidad de las casas contrastaba con la fuerza de los vínculos comunitarios: allí donde la madera cruje con la sal y el viento, la memoria se mantiene erguida.
La risa que rema La red que inaugura el día Siesta en azul
Un grupo de mujeres bajau se acerca en canoas con sus hijos; un momento de juego y curiosidad que recuerda que aquí el agua es tanto calle como plaza.
Dos jóvenes pescadores alistan la malla antes de salir. En Semporna —un distrito con más de 80 islas— la pesca artesanal marca el reloj de la comunidad y sostiene la mesa cotidiana.
Entre cocos y baldes, una niña descansa en su canoa: embarcación‑hogar, mercado y descanso, todo en la misma superficie del mar.
Fotografía: John Cuesta 2025 / Archipiélago de Semporna, Sabah, Borneo (©) John Cuesta - Todos los derechos reservados
Conversando con algunas personas locales entendí que la falta de reconocimiento legal los deja fuera de algún sistema de salud, educación y vivienda. A eso se suma la presión de proyectos turísticos que han desmontado comunidades enteras. Semporna es un espejo del mundo: un lugar donde la vida se sostiene en el agua, donde la resistencia es también la manera de recordar quiénes son.
Rostros de sal y viento
“Cada arruga es un mapa, cada mirada una travesía”
La marea de los años

Anciano Bajau en la plataforma de su casa: su presencia serena parece marcar el compás del día. En Semporna, donde conviven más de 80 islas, la experiencia es brújula.
Fotografía: John Cuesta 2025 / Archipiélago de Semporna, Sabah, Borneo (©) John Cuesta - Todos los derechos reservados
Con la cámara en la mano me acerqué a los rostros de Semporna. Fue imposible no detenerme en los pescadores Bajau Laut, cuya piel guarda la memoria del sol, así como de la sal, son tatuajes del mar. Las mujeres, entre redes y fogones de leña, me regalaban sonrisas fugaces; los niños se asomaban curiosos a la lente, jugando a posar sin saberlo. Cada retrato era un diálogo silencioso: detrás de cada gesto había una historia anclada en la marea. Comprendí que fotografiar aquí no era solo un acto de capturar luz, sino escuchar lo que la piel cuenta: mapas invisibles trazados por jornadas de pesca, por risas compartidas, por silencios contenidos en generaciones enteras.
Consejo sobre tablas Nido de sal Canción suspendida
Mujeres Bajau en la plataforma de su casa, reunidas con naturalidad: la comunidad se teje sobre madera y marea, como patio abierto al mar
Mujer con su hijo en las piernas, rodeada de amigas y familiares: afecto en círculo. Aquí, la crianza es coral, como el arrecife que sostiene la vida.
Dos niñas en un columpio sobre el mar, cantando y riendo: infancia que aprende el ritmo del agua antes que el de la tierra.
Fotografía: John Cuesta 2025 / Archipiélago de Semporna, Sabah, Borneo (©) John Cuesta - Todos los derechos reservados
Un viejo pescador me vio tomando fotos en el muelle y se acercó atraído por la curiosidad de mi sombrero criollo verde. Entre una mezcla de lenguas austronesias e inglés intentó contarme su legado en el mar, también me presentó a su familia. Mientras navegaba, mujeres y niños salían a las tarimas de sus casas —como los corredores de tierra en los pueblos tolimenses— para saludar con la misma apertura del veterano. Los niños fueron los más francos: pedían dulces, reían, hacían piruetas. Me preguntaban de dónde venía ese sombrero extraño; cuando les mostraba en mi celular lo lejos que estaba Colombia, se sorprendían y reían como si de pronto el mundo se encogiera. Allí entendí algo esencial: en lo más básico, ser feliz es sencillo cuando la curiosidad y la risa construyen un puente entre desconocidos.
Puente de manos Escalera al mar Sala sobre la marea
Mujer con su hijo al brazo ofrece la mano al viajero que pasa: hospitalidad a flor de agua. La plataforma funciona como umbral entre casa y mar.
Niño que juega y escala las maderas que sostienen su casa: la arquitectura es también parque infantil en esta aldea palafítica.
Plataforma que sostiene la casa. Allí se conversa, se cocina, se mira el horizonte: la vida doméstica descansa sobre el océano.
Fotografía: John Cuesta 2025 / Archipiélago de Semporna, Sabah, Borneo (©) John Cuesta - Todos los derechos reservados
Tras navegar por ese cristalino mar, entre miradas, sonrisas y la curiosidad que este viajero despertaba en los habitantes, me encontré pensando en el Tolima. Allí también los rostros campesinos narran sin palabras: los surcos en la piel hablan de sequías, de cosechas, de madrugadas en los arrozales, así como de esperanzas que se repiten con cada siembra. Tanto en Semporna como en el Magdalena, los rostros son archivos vivos de la memoria no escrita.
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Un niño y todo el horizonte

El aliento del océano
“Cuando el cuerpo se convierte en herencia de las aguas”
Manos que reparan el horizonte

Aquella mañana, mientras navegaba por el mar de Célebes, me encontré con un grupo de jóvenes que ya habían regresado de la faena de pesca. La jornada empieza al amanecer, cuando el mar todavía guarda silencio, pero a esa hora los niños, al igual que los adolescentes jugaban aún en el agua, riendo y empujando sus pequeñas canoas. Llevaban en la frente unas viejas gafas de buceo, algunas heredadas de sus padres o abuelos, otras improvisadas, desgastadas tanto por el tiempo como por la sal. Elementos que para algunos podría parecer un accesorio de lujo, para ellos era una extensión de su cuerpo.
Pulmones de coral

Con orgullo me mostraron su “kit de trabajo”: una canoa ligera, un remo, las gafas y un arpón. Nada más, pero tampoco menos. Con esos instrumentos bastaba para obtener el alimento del día. Me dejaron fotografiarlos en el agua y junto a sus casas palafíticas, allí donde la madera se hunde en el mar, confundiéndose con el tono oscuro de su piel. Eran escenas de una vida que no necesita adornos: basta con respirar hondo, lanzarse y regresar con un pez en la mano para que la vida siga su curso.
Navegar entre maderas

Uno de ellos dijo, entre bromas, que podía aguantar bajo el agua más que un pez. Años atrás, la ciencia confirmó lo que parecía imposible: los Bajau Laut tienen bazos hasta un 50% más grandes que otras poblaciones, gracias a una variación genética que les permite permanecer hasta cinco minutos en apnea. Viéndolos allí, entendí que esa capacidad no es solo biología: se trata de la herencia, la práctica y la memoria inscrita en el cuerpo desde la infancia.
Descenso azul

Nuevamente pensé en el Tolima: allá la espalda se encorva con la azada, las manos se agrietan con la tierra, la piel guarda el sol de los arrozales. Aquí los pulmones se afinan con el agua, el oído aprende el rumor de la marea, la mirada se acostumbra al horizonte abierto. En ambos territorios, el cuerpo se convierte en archivo vivo, testigo de un aprendizaje que no se escribe en libros sino en músculos, respiraciones y gestos heredados.
Vecindario flotante

Horizontes compartidos
“Ni la tierra ni el mar son fronteras, son memorias en movimiento”
Primera luz del archipiélago

He aprendido que en la memoria de los pueblos, los ríos, al igual que los mares, no son solo paisajes: son biografías colectivas. El Magdalena, arteria vital del Tolima, todavía marca los ritmos de las cosechas, las fiestas de San Pedro y hasta las migraciones temporales. En sus orillas se teje una identidad campesina que, aun en tiempos de sequía, insiste en sostenerse con la esperanza de que el agua siempre regrese.
Arpón de bolsillo, respiro largo Salpicadura de rumbo Escaleras de marea
Niño con máscara y varilla muestra el equipo básico de pesca somera: canoa, remo, gafas y arpón. Técnica transmitida de generación en generación.
Joven Bajau Laut impulsa su lepa‑lepa frente a una casa palafítica de tablas remendadas.
Dos chicos trepan para descansar sobre las vigas del palafito: el andamiaje es patio, mirador y entrenamiento para el agua profunda.
Fotografía: John Cuesta 2025 / Archipiélago de Semporna, Sabah, Borneo (©) John Cuesta - Todos los derechos reservados
En Semporna, en cambio, es el mar de Célebes el que dicta los compases de la vida. Las mareas y la erosión obligan a las comunidades Bajau Laut a mover sus casas palafíticas, a veces bajo la presión del turismo o de políticas estatales que desmontan aldeas enteras. Allí, el horizonte no es solo paisaje: es territorio habitable y, al mismo tiempo, frontera frágil que se desplaza con cada marea.
El salto a la vida

Y entonces lo comprendí: al mirar de frente el Magdalena y el mar de Célebes, descubrí que no son solo aguas que fluyen, sino espejos de lo humano. En ambos territorios aprendí que la dignidad no se mide en la solidez de la tierra ni en la quietud de una orilla, sino en la capacidad de un pueblo para sostenerse en comunidad, aun en medio de la tormenta. Hoy sé que ni el río ni el mar son fronteras: son puentes invisibles que nos recuerdan que la memoria compartida puede unir a dos pueblos lejanos, que en esa unión se encuentra la fuerza para resistir y seguir contando nuestras historias.
Equilibrio en azul infinito

Agradezco profundamente a la comunidad Bajau Laut por abrirme las puertas de su cotidianidad, por dejarme retratar sus vidas. Conservo la esperanza de que, al narrar en mi país su existencia, así como su dignidad, pueda devolver un poco de la confianza al igual que la generosidad con que me recibieron entre sus aguas. También espero que algún día, Emiliano, mi nieto, descubra esta historia; que la curiosidad lo lleve a navegar estas aguas, a reconocer en ellas un mundo distante y a descubrir, al mismo tiempo, la huella íntima de mi recorrido.
Vigía del coral

Glosario
Bajau Laut
Pueblo indígena nómada del mar, originario del sudeste asiático (especialmente Filipinas, Malasia e Indonesia). Tradicionalmente habitan en embarcaciones ligeras llamadas lepa-lepa o en casas palafíticas, dedicándose a la pesca y la recolección marina. Son conocidos como los “nómadas del mar”. Estudios recientes han demostrado adaptaciones fisiológicas únicas a la apnea.
Fuente: Cell, 2018; UNESCO, “Maritime Nomads in Southeast Asia”; University of Copenhagen – Department of Biology.
Mar de Célebes
Cuerpo de agua del sudeste asiático ubicado entre Filipinas, Indonesia y Malasia. En el contexto de la crónica, rodea el archipiélago de Semporna (estado de Sabah, Malasia). Es un mar reconocido por su biodiversidad marina, además por ser corredor de comercio histórico.
Fuente: International Hydrographic Organization (IHO), National Geographic Atlas of the World.
Lenguas austronesias
Familia lingüística que abarca más de 1.200 lenguas habladas desde Madagascar hasta las islas del Pacífico, incluyendo Malasia, Filipinas e Indonesia. Los Bajau Laut hablan lenguas pertenecientes a este grupo.
Fuente: Australian National University – Research School of Pacific and Asian Studies; Ethnologue (SIL International).
Casas palafíticas
Viviendas construidas sobre pilotes de madera que se alzan en zonas inundables, costeras o lacustres. Protegen de la marea y la humedad, permitiendo a comunidades marinas asentarse sobre el agua. En Semporna, se constituyen aldeas flotantes conocidas como Kampung Air.
Fuente: UNESCO, “Vernacular Architecture of the Pacific”; International Journal of Architectural Heritage.
Apnea
Práctica de sumergirse conteniendo la respiración sin equipos de buceo. Entre los Bajau Laut, la apnea es una habilidad transmitida desde la infancia, asociándose a adaptaciones biológicas únicas, como bazos hasta un 50% más grandes que en otras poblaciones humanas.
Fuente: Journal of Applied Physiology; Cell, 2018 – estudio sobre adaptaciones genéticas de los Bajau.
Lepa-lepa
Embarcación tradicional de los Bajau Laut, fabricada en madera ligera. Funciona como medio de transporte, espacio de pesca e incluso vivienda flotante.
Fuente: Sabah Museum (Departamento de Cultura y Patrimonio de Sabah, Malasia).
Kampung Air
Término malayo que significa “aldea sobre el agua”. Hace referencia a asentamientos palafíticos construidos sobre pilotes en lagunas, ríos o zonas costeras.
Fuente: Government of Malaysia – Urban Planning Department; Universiti Malaysia Sabah (UMS).
Coral Triangle (Triángulo de Coral)
Región marina que abarca aguas de Indonesia, Malasia, Filipinas, Papúa Nueva Guinea, Timor Oriental y las Islas Salomón. Es reconocida como el área de mayor biodiversidad marina del planeta, con más del 75% de las especies de coral conocidas.
Fuente: Coral Triangle Initiative (CTI); World Wide Fund for Nature (WWF); Conservation International.
Sabah
Estado federado de Malasia ubicado en el norte de la isla de Borneo. Su costa este, donde se sitúa Semporna, es reconocida por sus ecosistemas marinos y comunidades costeras multiétnicas.
Fuente: Department of Statistics Malaysia (DOSM); Sabah Tourism Board.
Semporna
Distrito costero en la parte oriental de Sabah, Malasia, formado por un puerto continental y más de 80 islas en el mar de Célebes. Es habitado por comunidades Bajau Laut y otros pueblos marinos, además de ser un destino clave para el turismo de buceo.
Fuente: Sabah State Government; Universiti Malaysia Sabah – Institute of Tropical Biology and Conservation.
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