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Anatomía de un silencio

Por Gustavo Campo

Tomada de https://pixabay.com/

En la portada del periódico que recorté con la noticia, se ve un atardecer

soleado, encima de los edificios del centro de Ibagué. En el artículo relatan que la

persecución fue una balacera de película, entre policías y una banda de microtráfico.

Desde la plaza de mercado La 14, donde gracias a un soplón, les cayeron en un

parqueadero. Cruzaron calles a toda carrera, destrozaron ventas callejeras a balazos, y

en la esquina de la Carrera 2, con Calle 11, se colaron en el Centro Comercial La Once,

donde acabaron en la azotea, arriba de los parqueaderos y del restaurante que está allí.

Los reportes llegan hasta ahí.


El cuento ya anda en la calle, y es lo que dicen los que estaban allí esa tarde.

En la azotea, el sargento Arocha arrinconó a Olegario Poveda, uno de los

cabecillas del combo. Arocha le apuntaba a la cabeza y Olegario se aferraba a la

baranda de vidrio que lo separaba del vacío. Botó al piso la pistola, ya sin balas, y se

encaramó en la baranda.

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—Me tiro de aquí, Arocha —dijo Olegario.

El agente no respondió. Olegario colgaba empinado del lado externo. Podía

sentir el abismo bajo sus pies y el viento contra la espalda. Buscó apoyo en el borde y

gritó:


—¡Voy a saltar, perro! ¡Yo no vuelvo a la cárcel!


Arocha avanzó hacia él. En sus manos temblaba la pistola. Olegario lo supo:


—¡Diga algo, Arocha! O es que no va a agarrarme. ¿Acaso usted no es policía?

Acuérdese que entramos juntos. ¡Perro sin sangre! Eso es lo que es usted. O es que de

pronto… ¡Yo ya sé qué fue! O es que se le acabaron las balas, o es que se empuercó

usted también con el negocio ese.

¡Eso es! Y yo ya no les sirvo vivo. ¿O qué?

Arocha lo miró a los ojos. El asunto estaba decidido. Olegario Poveda intentó

volver a la terraza y sonó un disparo. Olegario quedó seco en una bocanada de aire

que no llegó. Perdió el equilibrio y su cuerpo rebotó contra el capó de un bus que

bajaba por la Carrera 2.



Arocha bebía agua de una botella, recostado en el platón de una patrulla, cuando

se le acercó una compañera:

—Oiga, Arocha. Dígame, qué fue lo que pasó allá arriba. Ese tipo tiene un balazo

en el pecho y usted quedó sano.

—Eso seguro fue cuando lo iba persiguiendo. Ese tipo estaba como un loco.

Corría y echaba bala a todos lados. Y cuando lo alcancé en la azotea, saltó gritando:

«¡Yo no vuelvo a la cárcel! ¡Yo no vuelvo a la cárcel!».

Y eso es lo que dicen los del cuento en la calle.

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