Pensar una ciudad como Ibagué desde la cultura, implica volver la mirada sobre
las narraciones, las identidades, las formas, los sonidos y los colores que la han
constituido. La mejor manera de entender una ciudad es ponerla frente al espejo
para que se mire, se reconozca, pero también para que se reelabore, se dibuje de
múltiples formas y se vuelva a construir. Una ciudad es un verso que no está
terminado, es, como decía, Italo Calvino, “muchas ciudades en una sola y todas
en una, al mismo tiempo” .
Si bien, la cultura son todos los significados que compartimos para podernos
comunicar, para entendernos y poder hacer intercambios desde el lenguaje y a
través de lo simbólico, también se concreta en acciones, hechos, personajes,
lugares, movimientos, expresiones y productos que son el resultado de las
inquietudes, contradicciones, revelaciones, sentimientos y emociones que han
circulado en un espacio, en una ciudad como Ibagué y que la hace ser como es,
inmensa, adolorida, rebelde o altanera.

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Hacer el intento de pensar una ciudad desde la cultura es centrarse en cómo se
ha desenvuelto el territorio que la habita y cómo la vida cotidiana de la gente ha
contribuido para esto, no solo desde la perspectiva tradicional y de las
costumbres, sino desde lo que se expresa en la producción de acciones culturales,
movimientos artísticos, literarios, musicales, de artes escénicas, danza, artes
plásticas, espacios de discusión, de encuentro, de circulación cultural y
confrontación con lo establecido.

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Pensar la ciudad de Ibagué, por ejemplo, desde la cultura, nos lleva a revisar ese
contenido simbólico o discurso, que permite que los Ibaguereños e Ibaguereñas se
comuniquen, que intercambien eso que han establecido como una manera de
estar y sentirse dentro del territorio, los mensajes desde los que se piensan, se
relacionan, se vinculan y reflexionan acerca de lo que son y de cómo están
construidos socio-antropológicamente.
Pensar la ciudad de Ibagué desde la cultura, no se debe reducir a la exaltación de
unos bailes tradicionales en unas fechas determinadas, ni a la organización de
unas fiestas cada año con unos componentes repetitivos y llenos de lugares
comunes del folclor y las costumbres.

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Pensar a Ibagué desde la cultura, implica preguntarse por la forma en la que los y
las ciudadanas están desarrollando sus prácticas culturales atravesadas por las
nuevas músicas, nuevos ritmos híbridos que se producen en lo local, la presencia
de los artistas y su representación desde la plástica, sobre los consumos
culturales de las personas todo el año y cómo se entretiene el ibaguereño, sobre
cómo se moviliza frente a hechos colectivos, desde qué lugar político se
relacionan los habitantes, cómo el teatro reelabora lo que se ha establecido y
renueva las perspectivas de ciudad, por ejemplo, y, esto, cómo permite la
reflexión, el pensamiento y la acción desde la cultura, que no es únicamente el
folclor o las tradiciones.
Es en ese sentido que, pensar a Ibagué desde la cultura, implica el reconocimiento
y el diálogo de múltiples miradas que habitan la urbe: la literata con la punkera, la
académica con la popular, la rural con la arquitectónica, la del museo con la del
graffiti, la del teatro con la audiovisual, la feminista con la tradicional, la ambiental
con la “emprendedora”, la del folclor con la urbana, la alternativa con la
conservadora, la vegetariana con la skater, la artística con la política, la del sector
cultural con la institucionalidad. Es solo desde esa perspectiva que una ciudad se
puede pensar desde la cultura.
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